¿Tiene remedio el populismo en América Latina?

El populismo está en todas partes, pero América Latina es su paraíso. El pueblo debe ver a sus líderes y adorarlos. El Grupo de Puebla, donde se reúnen los intelectuales de la izquierda populista, tiene viento en popa y le hace guiños a los primos menos presentables del populismo de izquierda: Venezuela, Nicaragua y Cuba. ¿Es el populismo el código genético del pueblo latinoamericano, el destino de su cultura, insensible a la tragedia venezolana, la decadencia argentina, al totalitarismo cubano, al sultanismo nicaragüense? Su relato repite siempre el mismo patrón: érase una vez un pueblo que vivía en paz y armonía pero cuya unidad se desmoronó a causa de una élite corrupta. No cualquier pueblo, sino el pueblo elegido de los pobres, los últimos, los nadie a la espera de un Mesías que los redima, de una figura paterna -y algunas veces también materna- a la que, por tanto, se le coloca en un pedestal de superioridad moral. Su pueblo es una comunidad de fe, su pureza, la del Edén; Prometen unificar al pueblo. Pero su pueblo no es el constitucional; Como tal, es el único pueblo legítimo: gobernaré “con el pueblo”, declaró Nicolás Maduro frente a la derrota en las elecciones parlamentarias de 2015. Para ella, se trata de la eterna lucha del bien contra el mal, del pueblo de Dios contra el antipueblo. Por eso los populismos transforman la dialéctica política en guerra de religión, donde “nosotros” equivale a virtud y armonía, el pueblo angelical. Su pueblo mítico es el buen pueblo fiel, su enemigo el mismo que destruyó la cristiandad: el liberalismo, hijo de la Reforma. Como ese pasado imaginado de virtud y armonía, los populismos hispanoamericanos son por tanto unanimistas: un pueblo, una nación, un líder. Su modelo es el Estado confesional que castiga a los herejes y catequiza al pueblo. Si el dinero socava la pureza del pueblo y si el mercado lo corrompe, se entiende que los populismos combatan la prosperidad más que la escasez, que opongan la santa pobreza a la cultura del crecimiento. Un organismo cerrado, autárquico e indiferenciado, así es su pueblo, “el gran señor” de López Obrador, el dueño de “justicia y amor” de las veinte verdades peronistas. Ascender a clase media, clase “colonial”, sería traicionar el pueblo. ...[Leer más]