La Nación / Varadero oculto (primera parte)

Confuso e intimidante en sus primeras horas, lo que llevó a un nuevo desafío a policías y fiscales.Cada paso que dabas en el quebrado asfalto del barrio Varadero de Asunción era una lenta tortura, abrumadora. No lograba reconocer la voz del otro lado.Aquel momento, quizás el único de paz que tenía durante el día, se quebró al escuchar lo que aquella persona le relató en la llamada, era el comisario de la estación de Policía alertándola sobre un rumor cada vez más fuerte. Necesitaban de ella para continuar con el procedimiento, levantar el cadáver y llevarlo a morgue.La descripción del policía situaba a la fiscala al final de los sombríos pasillos del arrabal capitalino. La trasmisión del auto era corta porque ese barrio tenía calles que le resultaban un escondrijo o bastante parecidas, lo que terminaba por someterla a un laberinto imaginario. Paso lento, pero se aseguraría el final de la calle.El rumor se acrecentaba, como las empinadas calles del barrio, la noticia iba cuesta arriba. Se hicieron paso a través de los matorrales, eso también era parte del barrio y –tal vez– lo convertían en algo exótico para los pobladores. Algunos hablan del estigma de la inseguridad, otros prefieren decir que los vecinos son unidos y no permiten a “foráneos”.Una de estas dos posibilidades obligaba a retornar a los parajes cercanos del barrio, sobre la calle Teniente Kanonnikoff, la misma que desembocaba en la playa. El pacto de silencio en el barrio no tardaría en romperse, develando los estremecedores detalles del siniestro crimen.Una vecina susurró un problema de pareja, una discusión que llevó al marido salir de la casa y no volver en la noche. (¿dónde queda esa casa, doña?)- preguntó uno de los dos policías que realizaban el improvisado interrogatorio.- Amoite hína che memby, tres casas ehasa arã, bajeando (allá está mi hijo, tres casas más tenés que pasar. ...[Leer más]