La Nación / La madre, la novia y la otra del Supremo Entrerriano

Por Ricardo Rivas, periodista Twitter: @RtrivasRivas“Las cañadas y las huellas/el trebolar y los pastos/ le están contando las horas/a aquél supremo entrerriano./ Atención, Pancho Ramírez,/ la muerte lo anda rastreando/y para usted tiene el nombre/del capitán Maldonado”. “Los Caudillos”, una obra tan exuberante como necesaria, trocó en fascinación la atracción que sentía por Francisco Pancho Ramírez, El Supremo Entrerriano. El 10 de julio de 1821, el capitán Maldonado, un argentino adversario que peleaba para las fuerzas aliadas de las provincias de Santa Fe y Córdoba, a las órdenes de Estanislao López y Juan Bautista Bustos, con un tiro certero hizo estallar el corazón de Ramírez que, con una tropa menor, cuando era perseguido, decidió volver sobre sus pasos cuando advirtió que su amada Delfina era prisionera. Solo Pancho Ramírez era el objetivo. El amor, con olor a pólvora –afilado y penetrante como un sable del mejor acero– creció desde aquel momento en el que Ramírez “pidió verla a la sombra de una pulpería donde había instalado su puesto de comendo”, agregó Basterra. Sin embargo, aquella Portuguesa –como también se la mencionaba– casi como una vidente, lo advirtió: “Soy mejor soldado que mujer, general”, dice el amigo que le dijo a Francisco Ramírez y afirmó mientras miraba fijamente a su amado: “Usted sabe muy bien y yo lo sé mejor aún, que nuestro amor tiene vida breve”. El 29 de setiembre de 1820 Francisco Pancho Ramírez constituyó la República de Entre Ríos que colocó debajo de la mirada estratégica del caudillo uruguayo José Gervasio de Artigas. Corrillos comadreros que circularon por aquel territorio que aún era parte del Reino de España, aseguran que Juan Gregorio Ramírez, su padre, un comerciante paraguayo, escuchó con atención a Tadea que, con acotada emoción, antes de ofrendarle a su vástago varón y entregárselo por unos pocos minutos, le hizo saber que del pequeño la impresionaba “la mirada dura y casi fría, como si estuviera mirando lo que solo él puede ver”. “Ninguna eternidad es breve”, la admonición de Pancho Ramírez, se hizo realidad. Solo acompañada por los fantasmas que se apoderaron de su vida, lentamente, regresó a la vieja casona en la que, lejos en el tiempo, cuando Francisco Ramírez tenía 24 años, al verla –en ese mismo momento- pidió hablar con su padre, Andrés Narciso Calvento, para pedirla en matrimonio. Me niego a contar que cayó porque Noberta siempre esperó de pie para que Francisco cumpliera con aquel sagrado compromiso juvenil –así lo sentía– cuando la muerte los uniera.“Ninguna eternidad es breve”, dijo Francisco Pancho Ramírez, a La Delfina.En la provincia de Córdoba, un monumento da cuenta que, en ese lugar, la barbarie exhibió la cabeza del Supremo Entrerriano en la punta de una lanza.Norberta Calvento, vestida de novia, ingresó en este panteón en busca del Supremo Entrerriano, para que la muerte los uniera para siempre. ...[Leer más]