Domingo de Ramos

En Semana Santa Jesús desea entrar a la ciudad de nuestra alma. Por eso nuestro corazón siente ese doloroso contraste y experimenta en cierta medida lo que Jesús sintió en su corazón en ese día, el día en que se regocijó con sus amigos y lloró sobre Jerusalén”[1]. Por un lado, Jesús desciende el Monte de los Olivos desde Betfagé y Betania, por donde se esperaba la entrada del Mesías. Por otro lado, la gente alfombraba con sus mantos el paso de Jesús, como hacían los habitantes de Jerusalén antiguamente en honor de los reyes (2 Re 9,13). Y la multitud, llena de júbilo, empezó a cantar para Jesús una versión del Salmo 118: “¡Bendito el Rey que viene en nombre del Señor!”. Jesús se acerca a la ciudad de nuestra alma a lomos de lo ordinario: en la sobriedad de los sacramentos; Porque Jesús no sabe qué hacer con la astucia calculadora, con la crueldad de corazones fríos, con la hermosura vistosa pero hueca. ...[Leer más]